viernes, 24 de mayo de 2013

Las mujeres de negro

Esta mujer se llamaba Concepción.
Y, para nosotros, era "la Concepción de enfrente". Porque, evidentemente, vivía enfrente de la casa de mis abuelos maternos.
Siempre la conocí así. No sé los años que tendría.
En aquella época una mujer que se acercaba a los cuarenta empezaba a no poder quitarse el luto (unas muertes se empalmaban ya con otras como ley de vida: tíos, padres...) y pronto desistía de ello.
El pelo se iba poniendo blanco y así se quedaba y la mayoría, desde el día en que se casaban, se lo peinaban en un moño bajo con horquillas -un "roete"-. Y esa era su imagen hasta el último día de su vida.
Mujeres como ella, si no tenías cuidado y no te fijabas bien, se te confundían en las calles y, al doblar una esquina, aparecía a quien creías haber dejado tres calles más allá.
Yo aprendí pronto a distinguirlas: mi bisabuela, mi abuela paterna, mi abuela materna, Aurora la del carbón, Concepción la de enfrente...
Todas habían vivido dramas y habían sido madres y habían envejecido y habían dejado ilusiones atrás. Habían enterrado hijos y hermanos y amigos. Contaban historias de cuando bailaban al corro, de cuando "enamoraban", de cuando los chaveas las perseguían por las calles. Contaban cómo estrenaban vestidos en la feria, cómo se "encompadraban", cómo cosían muñecas de trapo la víspera de los Reyes para que sus niños no se quedaran sin regalos.
Tienen un aspecto entrañable, abrazable, tierno. Sin embargo, la mayoría de las que yo conocí, empezando por mi bisabuela y mis dos abuelas, eran personas muy distantes, de poco tocar, de poco abrazar, de poco besar.
Con el paso de los años me he preguntado el porqué. Quizá en un tiempo en el cual despedirse de los seres queridos era algo que sucedía cotidianamente se creaban una coraza emocional para decir adiós sin dejarse la vida en ello. Quizá lloraron tanto que el corazón se les secó un poquito. Quizá...
Vaya mi cariño y mi recuerdo para esas mujeres de negro que poblaron mi infancia y que bullen en mi memoria muchas veces. Siguen vivas mientras alguien piense en ellas.

4 comentarios:

  1. El blanco..., el negro... Estigma de mujer.
    Vaya mi cariño también para ellas.
    Un beso.

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  2. Es como si estuviera viendo a mi abuela. A mi abuela se le murieron su marido y varios hijos (entre ellos, mi madre). Desde pequeño me daba reparo ir a verla al pueblo porque en cuanto me veía me cogía y me apretaba y no paraba de llorar y de decirme que era clavado a mi madre. Pero luego me tenía preparado un estupendo bizcocho cubierto con anisitos, porque en el pueblo, cada vez que íbamos, todos se sentían obligados a darte algo. Es curioso.
    No tuve yo esa sensación de lejanía que comentas en estas mujeres (conocí a varias idénticas, como bien dices, a mi abuela y que hacían conmigo también lo mismo que ella). He recordado de pronto ese velo en el pelo que ya había olvidado, así como ese luto permanente que te recordaba la negritud, el dolor y que hacía tan difícil recuperar la ilusión.

    Jo, Ana, cómo acercan las culturas y los tiempos. Todo esto ahora es impensable en nuestro entorno, pero cuando veo imágenes de algunos países árabes me devuelve estos mismos recuerdos.

    Un beso. Espero que tengas un buen verano.

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  3. Sí, es verdad. También había las de versión "besos de pueblo" que eran las que te achuchaban mucho y te daban unos besos muy sonoros ¡y hasta pellizcos de cariño! Has hecho que me acuerde de ellas también.
    Veo que seguimos teniendo historia en común.
    Feliz verano también para ti y un abrazo grande.

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