jueves, 11 de abril de 2013

La muerte en el quicio de la puerta

Tenía 18 años cuando la muerte se apoyó en el quicio de la puerta.
"Vengo a llevármelo", le dijo a su madre.
Y su madre, que venía de una infancia desdichada, una guerra, una posguerra, dos hijos muertos en quince días y un matrimonio infeliz, se plantó. "Te lo llevarás, pero no mientras yo viva. Voy a luchar".
La muerte nada contestó: el tiempo siempre juega a su favor. Siguió apoyada en el quicio y esperó. La madre -mi abuela- salió a la calle, buscando desesperada por dónde empezar la lucha.

Le hablaron de un médico, Carlos Zurita González-Vidalte, que visitaba en Cabra ,un pequeño pueblo de la subbética cordobesa.

Decían los rumores que era un eminente médico "desterrado" por haberse significado demasiado contra el régimen. Algo habría de cierto ya que, con el tiempo, volvió a Madrid, al hospital de San Carlos y su hijo acabó casado con la Infanta Margarita, hermana del rey.

El primer escollo era cómo pedir visita: en el pueblo no había teléfono así que la madre y una hermana se pusieron en camino al pueblo más cercano con teléfono, Encinas Reales, y concertaron la primera cita.

Días más tarde madre e hijo, a bordo de la "rubia", el taxi del pueblo, fueron a ver al doctor Zurita esperando un milagro. El médico lo vio, lo miró, preguntó, auscultó y dijo: "Vuelva usted a su casa, ya le llegará el diagnóstico y el tratamiento".

La espera fue una prueba dura. La muerte afilaba su guadaña y la madre fue de nuevo a poner una conferencia: "Se muere". "El diagnóstico va de camino", fue la respuesta.
Llegó a tiempo -escrito con tinta verde, recuerdan todos-, por poco, a tiempo: tuberculosis intestinal. Pronóstico muy grave. En aquella época casi una sentencia de muerte.

Y llegó también el tratamiento: drástico, duro, difícil.
Por un lado, medidas higiénicas estrictas: : la habitación, espartana  -sólo la cama y el orinal, ni cuadros, ni adornos, ni percheros, ni baúles, ni cortinas..-. La ropa, hervida. La escupidera, con una solución de sosa caústica. Las visitas, las justas. El enfermo, cada día un rato al sol. Eso era difícil, ¿dónde ponerlo para que el vecindario no se enterara? La solución fue complicada: lo subían al tejado del pajar y ponía el vientre al sol durante el rato en que los rayos llegaban allí.
Más medidas difíciles y dolorosas. La comida, inexcusable: si la vomitaba se le volvía a poner delante hasta que se aguantara en el estómago.
Y la medicación. Era 1950. Un jornalero ganaba, más o menos, 17 pesetas al día. El enfermo necesitaba un tarro de estreptomicina al día -50 pesetas-, 1500 pesetas al mes, más otros cinco o seis medicamentos más.
Conseguirlos, además, no era fácil. El boticario de un pueblo vecino, con su hijo igualmente enfermo, las conseguía y las repartía entre su hijo y él. La primera tanda recetada era para dos meses -ya se vería si se tenía que seguir luchando-. El boticario del pueblo se las vendía para diez días -quizá el enfermo no durara más-. En la primera toma de pastillas perdió el conocimiento. Se moría. Llamaron al médico y éste dijo que así tenía que ser, que volvieran a darle la medicación al día siguiente.
El tema económico fue difícil de lidiar: el padre compraba tierras cada año y eso era algo a lo que le costaba renunciar. La madre, toda coraje para defender lo que era suyo, se volvió a plantar: vendería sus gananciales y se pondrían en boca de todos. Así que el padre cedió y se vendió media fanega de buena tierra en La Solana.

Mientras se debatía entre la vida y la muerte llegó la complicación de la peritonitis, usual en ese tipo de tuberculosis. Se le operó finalmente en Málaga aunque los médicos no confiaban en que saliera adelante.
Su tía -que aparece en la foto con él cuando finalmente venció a la enfermedad- era enfermera en el hospital y uno de los médicos -don Ricardo- de tanto en tanto siempre le preguntaba si ya había muerto. El momento de la operación de peritonitis fue también trágico: los doctores corrían en masa al quirófano y su tía, que asistía a la operación, se desmayó pensando que el chico se moría. Pero era otro el motivo de la concentración de todos los médicos: no le encontraban el apéndice hasta que lo descubrieron en el lado contrario. Un caso de situs inversus ,tan raro, tan especial, que había que verlo en directo.

Cuatro años duró la agonía, la lucha. La muerte, esperando, tranquila. Mientras, se iba llevando a tantos otros jóvenes que pasaban por luchas similares.

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Ganó  la vida. La muerte se retiró discretamente. 
Ese que aparece en la foto, desencajado, había vuelto de la tumba. Su tía, la que creyó que lo perdía aquel día en el quirófano, lo lleva sonriente del brazo.
Yo disfruté de mi tío y lo disfruto, a sus ochenta años. Otros seremos quienes lo lloraremos pero su madre lo espera allí donde esté. Como debe de ser.

 
Imágenes: fotografías familiares: años 50, años 60, 2009. Un homenaje a mi tío, con mi cariño infinito.

10 comentarios:

  1. Una madre coraje y con dos ovarios.
    Despistó y le ganó batalla a la temible parca.
    Desde donde esté, sonreirá sabiéndose ganadora.
    Un beso.

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  2. Aún la echo de menos: 38 años después me pregunto qué haría ella en esta o aquella situación.
    Y él también la echa de menos.
    Besos.

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    1. Los genes son los genes y, seguramente, haría lo mismo que tú o... ¿a caso tu no eres una madre coraje también?

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    2. Soy una madre a la que hay cosas que le dan muuuucho coraje.

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  3. Qué bien lo narras, Ana. Vaya episodio y qué buena historia.
    Estoy tentado de contratarte para que investigues mi pasado.

    Un beso.

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    1. Yo soy hija única. Siempre estaba rodeada de los mayores y me encantaba que me contaran las historias familiares. Por eso intento ir contando lo que oí para que no se pierda. De momento mis hijos no tienen el más mínimo interés pero supongo que ya llegará (o eso espero).
      Me alegro que haya gente como tú a quien le emocionen estas historias y las valoren.
      Por cierto, ¿sabes que se están poniendo de moda unas páginas web donde investigan tu pasado y te lo redactan? Una de ellas es de un antiguo compañero de instituto que no se acordaba de mí cuando contacté con él en facebook ni contestó a mis mensajes pero que le ha faltado tiempo para enviarme una solicitud de que ponga "me gusta" a su iniciativa, ¿qué te parece?
      Un abrazo.

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    2. Yo también soy hijo único y me ha pasado algo similar, aunque mi pasado es demasiado triste para ponerme a relatarlo y además está lleno de huecos, así que aunque exista una página al respecto no pienso utilizarla.

      Seguro que tus hijos te agradecerán esta tarea de recopilación.

      Un beso.

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  4. Eh, éso último no lo sabía yo. ¿Es de quien me pienso? Si es así, bastante narcisista se ha vuelto ¿no?

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  5. De nuestro queridísimo Tete, ¿cómo te quedas?

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