jueves, 30 de agosto de 2012

Comerse el mundo

El primer joven en cuclillas, a la derecha de la fotografía, es mi padre, Antonio Ruano.

Como para todos sus coetáneos -nació en 1927- y especialmente los que eran de pueblo, ir a cumplir el servicio militar era una aventura, la oportunidad de ensanchar horizontes, de conocer mundo y de "hacerse hombres", sea lo que sea lo que esta expresión quiera decir.

Lo tallaron en el pueblo en marzo de 1947 así que su quinta era "la del 48". Pero en aquel tiempo se estaba haciendo una reestructuración del servicio (para que todos los jóvenes fueran con 22 años y no con 21) y no se incorporaron hasta el 28 de marzo de 1949, en Ronda.
Allí los concentraban a todos y se procedía al sorteo. A él le tocó Granada, como a muchos de sus paisanos.

Antes de que se incorporaran a Granada tenían 12 días libres y algunos decidieron irse a sus pueblos. Mi  padre no: quería vivir, conocer cosas, sacudirse el pelo de la dehesa.
Se quedó con unos cinco o seis compañeros. Por la mañana, en el cuartel, le dieron dos chuscos y 4,5 pesetas. Con ese dinero se apañaban. Comían "de la maleta" (es decir, de lo que llevaban del pueblo) y cenaban en una fonda donde por poco dinero comían un potaje con mucha pringue. Para dormir cada uno se apañaba como podía. Mi padre, en una fonda.

Cuando llegó el momento los metieron en un tren y después de muchas horas (desde el atardecer hasta las nueve de la mañana) llegaron a Granada en plena Semana Santa, el 9 de abril. Por eso en esta fotografía aparecen de gala y con guantes ya que eran unos días solemnes y el ejército participaba activamente en la vida religiosa.

Se acuerda de casi todos los compañeros, y paisanos, que aparecen con él en este retrato. De pie y de izquierda a derecha: Prados Delgado, Ruiz Algar, Aguilera Espejo, Aguilera Aguilera, Adolfo Arrebola, Espejo Padilla y el único que no recuerda. En la fila intermedia, también de izquierda a derecha: Ruano Morente, Reina Granados y el Pintao Raya. Agachados y en el mismo orden: Carlos Torralbo, Prados Repiso, Roda el Largo y él mismo. De los catorce seis fueron al mismo Regimiento: Ruano Morente, Reina Granados, Prados Delgado, Aguilera Espejo, Aguilera Aguilera y él. Alguno fue a Regulares como Prado Repiso, otro a acemileros como el Largo... Nueve de ellos ya están muertos; de tres no está seguro. Sólo le consta que sobreviven él y Prados Repiso.

Una vez acabada la Semana Santa fue a hacer el campamento en Zubía durante unos tres meses.
Acabado éste le trasladaron en un primer momento al Cuartel del  Triunfo.Todavía recuerda que era un viejo convento (el de la Merced) con las vigas de madera y que por las noches les caían encima de la cama unas pelotillas que resultaron ser chinches que les picaban muchísimo.
Finalmente lo trasladaron a un nuevo cuartel, en la zona de la Cartuja.

Recuerda que hizo pocas guardias. De una de ellas relata una estupenda anécdota: debía firmar el parte de lo que había en la sala cuando cambiaba la guardia y, sentado con el compañero al que relevaba, le dijo que él no lo firmaba porque faltaba del inventario una mesa camilla. El otro le decía que cuando él llegó no estaba pero mi padre era muy ordenado y cuadriculado y, no queriendo arriesgarse a un arresto, insistía en que la mesa camilla había de aparecer. Como no se ponían de acuerdo llamaron al sargento y le explicaron el problema. "¿Qué es lo que decís que falta?" "Una mesa camilla, mi sargento, que no aparece." El sargento se echó las manos a la cabeza y les gritó "¿Esa mesa camilla en la que estáis sentados discutiendo es la que no aparece?" Y es que el problema es que los dos eran de pueblos donde jamás habían oído esa expresión. Para ellos estaban sentados en una "mesatufa" (o sea, una mesa estufa). Mi padre dice que eso le humilló muchísimo porque, aunque sin cultura, (había aprendido a leer, escribir, las cuatro reglas, etc. en la escuela nocturna) tenía muchas inquietudes, era curioso y lector.
Otra de las guardias la hizo en la Prisión Provincial y de allí cuenta que el mando le dijo que de aquella puerta donde él le colocaba no debía salir nadie, bajo ningún concepto. Estando haciéndola llegó un cura que quería salir y, a pesar de la insistencia de su compañero de guardia, -ya he comentado cómo era de cumplidor- él no le dejada. El cura le pidió por favor que avisara a su superior y éste, cuando lo vio, recordó que no le había hecho la salvedad del cura de la cárcel. ¡Pudo salir por fin el párroco!

Pronto ascendió a cabo furriel (ayudante del brigada) y su cometido era nombrar los servicios, repartir el pan, repartir el tabaco... ayudar a lo que el brigada le mandara. Era un gran cambio: sin guardias, con cierta libertad de movimientos y, en vez de ganar 2 reales como soldado raso, ganaba ¡¡1 peseta!! Evidentemente no eran esas las ventajas sino el trapicheo que le permitía disponer de algo de dinero: cuando iba a recoger el pan iban también los de Capitanía pero no siempre y cuando eso ocurría se lo quedaba él; también se quedaba el de los soldados que estaban de permiso pero que no  contaban como bajas. Un compañero del pueblo le vendía los chuscos o el tabaco que sobraba y se llevaba una parte.
Me emociona la dignidad con la que cuenta que nunca ganó una peseta quitándole nada a un soldado: solo lo que el ejército dejaba de controlar era lo que le servía para vivir con un poco de dinero en el bolsillo sin tener que pedir a casa en unos tiempos en los cuales hubiera sido una carga inasumible para la familia.

Fue dos veces de permiso al pueblo: iba en tren desde Granada a Archidona en un viaje que duraba 5 o 6 horas (unos 80 km!!!). Una vez allí, andando al pueblo -una travesía de 35 kilónetros, algo menos por las trochas. Una de las veces consiguió irse en un camión de reparto.

La primera vez que fue de permiso cogió unas anginas terribles y estuvo los quince días en cama con fiebre. Al volver a Granada le dolían mucho las piernas y fue un par de veces al servicio médico. Acostumbrados a los trucos de los soldados para librarse de algunos servicios las dos veces lo mandaron al cuartel sin hacaerle caso. A la tercera ya no pudo más y le explicó al capitán médico que él era furriel, que no hacía guardias, que no quería librarse de nada y que realmente se encontraba muy mal. El médico le preguntó si había estado enfermo recientemente y cuando le explicó lo de las anginas se puso como loco a gritarle "Abra la boca. ¡Cómo no me lo había dicho antes!" Le cayó una bronca monumental por haber dicho la verdad. Tenía anginas perforadas  con pus y tuvieron que mandarlo rápidamente en ambulancia e internarlo en el Hospital Militar. Allí dice que cometió el único error de la mili: pasaron vendiendo lotería y viendo que sólo le quedaban 20 pesetas no compró. ¡Y tocó el gordo!

En sus paseos por Granada se acercaban al rodaje de una película. Cree recordar que se llamaba "Alegría y flores de la Alhambra" y algunos de sus compañeros participaron como extras. La película no figura en ninguna de las listas de películas de la época. O bien no se acabó el rodaje o no se estrenó jamás. Siempre me pide a ver si consigo encontrarla con estos "cachivaches" nuevos.

Los recuerdos de la mili suelen ser luminosos porque en ellos van la juventud, la libertad, la posibilidad de ser cualquier cosa, de cumplir sueños. El horizonte es amplio y parece que infinito. Para mi padre permitirle recordar su mili es hacerlo feliz.

(Imagen: fotografía familiar. 1949)

7 comentarios:

  1. Estupendísima entrada.
    Muy graciosa la anécdota de la mesa-camill-estufa, jaja, y una pena lo de la lotería -cómo habría cambiado la vida, ¿no?

    Muchas, muchas de tus entradas me traen recuerdos similares. Mi padre -que nació en 1923- hizo la mili en Marruecos, aprendió a leer sobre la arena de la playa, al cabo de los años, cuando me tuvo, se empeñó en que aprendiera a leer yo antes de llegar al cole, así que cuando ingresé ya había leído no sé cuantos cuentos. Al final de su vida era un lector habitual.

    Como anécdota curiosa, que se reía mucho contándola pero que imagino que al resto del personal le sentaría fatal, al pueblo llegó la noticia de que había muerto, así que hicieron un funeral sin cuerpo y al cabo de los dos meses, llegó de permiso el fantasma. El muerto tenía el mismo nombre y apellido que mi padre.

    Tengo fotos parecidas a la que has colgado, igual que a ti, mi padre me contó la mili entera con todas sus aventuras y desventuras.

    Me ha gustado recordarlo.

    Un abrazo.

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    1. Me encanta ver que tenemos recuerdos en común.
      Besos.

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  2. Comerse el mundo, hacerse hombres, ampliar horizontes, añorar a los suyos, hacer amistades... Ése era "el valor que se les suponía" en la cartilla militar. El mejor de los valores. Y qué decir tiene de la enfermedad que contraían, ese contagio contagioso que les lleva y llevaba a TODOS (sin excepción) a contar anécdotas y recordar con ilusión aquellos tiempos. Tiempos de independencia familiar, tiempos de aventuras, de chistes y chascarrillos y de amistades que perduraron en el tiempo.
    Visto así de entrañable, no parecía tan malo ¿no?.

    Un placer estar de vuelta y poder leer tus entradas.
    Un beso.

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  3. Sí, es cierto. Ahora me viene a cabeza la anécdota que contaba tu padre sobre el limpiarse con el algodón que había en la enfermería, ¿la recuerdas?
    Besos y bienvenida.

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  4. Se me había olvidado. ¡Una de las "batallitas" que contaba.
    Es que... descubrían tantas cosas!!!

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  5. Acabo de encontrar tu blog, es tarde y sólo he podido leer fragmentos de tus escritos. Me parecen emotivos y entrañables, como bien dices, recuerdos que muchos tenemos en común.

    Saludos

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