domingo, 1 de julio de 2012

Idas y vueltas

Este joven que nos mira desde un pasado ya lejano es alguien que lleva nuestra sangre.
Se llamaba -o se llama, que eso no lo sabemos- Carlos.
Su madre, Ana María, era hermana de uno de mis bisabuelos maternos, Silverio Ariza Burgos.

Antes de que llegara al mundo, sus padres decidieron ir a hacer las Américas, o sea, a intentar mejorar su vida allende los mares. Se embarcaron cuando él iba todavía en la barriga de su madre y, en medio del Atlántico, decidió llegar al mundo. Por eso lleva el nombre de Carlos, porque el barco en el que viajaban se llamaba así (¿sólo Carlos? ¿Carlos algo? ¿Qué Carlos?). También viajaban otros hijos de la pareja (llegaron a tener 10 en total) y otro hermano de mi bisabuelo, Ignacio, también casado y con algunos de los 11 hijos que tendría.

La familia se instaló en Sao Paulo -Brasil- y allí él y sus hermanos crecieron e hicieron su vida.

Entonces seguían manteniendo el contacto -por cartas que tardaban un tiempo interminable en llegar- y alguno de ellos viajó al pueblo para reencontrarse o conocer -como en el caso de Carlos- a su familia en España.

Cuando venían se alojaban siempre en casa de otra hermana de su madre, la chacha Concepción, de la que hablaré en otro momento porque su historia vale la pena.

Carlos vino en los años 50, tiempo al que corresponde esta fotografía. Su madre, Ana María, ya había muerto en Río de una manera trágica: estaba en el andén, demasiado próxima a  la vía, y el aire que provocó un tren rápido la despidió provocándole la muerte. Hay quien dice que no fue un accidente pero eso es algo que nunca se aclaró.

En torno a este trágico suceso hay sin embargo una anécdota que me cuenta mi tía que no deja de tener su gracia aunque también es un poco patética. Carlos y sus primos del pueblo se emborracharon -el alcohol, ayer como ahora, era el centro de las reuniones de los jóvenes- y él debía tener un mal beber. Empezó a llorar y a llorar por su madre y ello derivó en una conversación sobre si los primos se habían puesto o no luto. El caso es que de las palabras pasaron a las manos y aquello acabó casi en una batalla campal por un quítame allá esos lutos. Cosas de la época: la muerte y el dolor que provocaba debían mostrarse a los demás.

En 1979 volvió Carlos con su hermana Anita y su hija Tania -que tenía mi misma edad- y todos ellos tenían dificultades para expresarse en castellano después de toda su vida en Brasil. Quedaron en volver para los mundiales (¡los del Naranjito!) pero nunca más se supo. En los 80 también vino otra hermana, o prima, Angelines que, como todos ellos, se hospedaba en casa de la chacha. Era un poco "bruja", leía las manos y hablaba y reía con estridencia.

Las Américas no las hicieron. Vivían de su trabajo y no tuvieron viaje de vuelta. Allí deben de seguir, ya lejanos a todos nosotros. Sangre que se reparte por el mundo, como ocurrió antes y cómo ocurre ahora.

(Imagen: fotografía familiar. Años 50)

1 comentario:

  1. La globalización, aunque la de antes, que también tiene estas cosas.
    Un beso.

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