sábado, 9 de junio de 2012

Bienvenido, mister Marshall

El gobernador civil era en la España franquista una figura todopoderosa.
Todopoderosa en el sentido que el franquismo le daba al poder, evidentemente: Franco arriba y los demás  bailando al son que tocaba.
Esto empezó a ser diferente cuando el dictador ya estaba en sus últimos tiempos pero eso ya es otra historia.

Las visitas que realizaba a los diversos municipios de la provincia requerían un esfuerzo que el Ayuntamiento hacía con la loable aspiración de sacar apoyos y beneficios. Apoyos y beneficios para el alcalde y sus allegados y, si quedaba, para el pueblo.
Con motivo de una de dichas visitas vemos el indescriptible arco de triunfo -me he quedado sin palabras- que se levantó, coronado con la pancarta de bienvenida.
No sabemos quién posa pero transpiran el orgullo de participar en tamaño evento. La función del triciclo de madera la desconocemos.

No sólo se esperaba con ansia la visita de las autoridades civiles: también las eclesiásticas conmocionaban y trastocaban el plácido día a día.
Mi madre y mi tía siempre han relatado múltiples anécdotas de esas visitas.

Cuando los frailes (redentoristas como el padre Ricardo o el padre Laguna) venían a dar novenas y sermones atraían a tanta gente que cada cual había de llevarse su silla si quería escuchar el sermón sentado. Las mujeres hacían la novena y cuando empezaba el sermón los hombres, que estaban haciendo tiempo en los bares, entraban también. El pueblo escuchaba con esperanza y alegría las palabras del padre de turno: "Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico entre en el cielo" y comentaban por lo bajo: "Anda que hoy cómo les está dando a los ricos". Cuando acababa el sermón, cada uno a su casa y el fraile a acallar su conciencia a la casa del cacique comiendo jamón del bueno.

De las visitas del obispo mi tía materna, Adela, me recuerda muchas veces una anécdota que a mí me conmueve mucho porque las mezquindades que se cometen con los niños son imperdonables.
Ella era una niña de siete u ocho años y, junto con sus compañeras de clase, había hecho una banderita para agitar en el recibimiento: una caña, una hoja de papel blanco y una azul. Las hojas cortadas en tiras y con una estampita en el medio y todo ello pegado a la caña. Como el gasto ya había sido considerable con las hojas, se hacía "gachuela" (una mezcla de harina y agua) para usar como pegamento.
Bien, estamos ya con la banderita confeccionada y agitándola frenéticamente como les habían dicho las monjas. Ella estaba al lado del marido de Servanda, la persona más rica del pueblo (en cuya casa hemos dicho que los frailes iban a comer jamón) y, como le dio varias veces con ella, se la arrancó y la dejó con la caña en las manos. Es fácil imaginarse el desconsuelo de una niña que había hecho de esa espera un motivo de ilusión.

Los que detentan el poder siempre echan migajas sobre los ilusos que esperan justicia. Eso es así: en el pasado y en el presente convulso en que vivimos. Amén.

(Imagen: fotografía expuesta en la Peña Flamenca "Juan Casillas". Años 60)

4 comentarios:

  1. La Servanda ésa no habrá entrado, por supuesto, en el cielo: se habrá achicharrao en el infierno.
    Por mala.
    Por desagradecida, por cacique y por prepotente.
    Ea!

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    1. No creo. Se murió confesada, seguro. Y eso parece que es lo que cuenta.

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  2. Esta historia si me resulta distante. No tengo recuerdos asociados, más allá de lo que escuché, pero sin vivencias personales. No obstante, parece que seguimos esperando a Mr Marshall toda la vida.

    Un abrazo.

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  3. Mister Marshall, Mister FMI, como queramos llamarlos. Estamos condenados a esperar agitando banderitas. Esperemos que no nos las rompan despiadadamente.
    Un abrazo.

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