domingo, 22 de abril de 2012

Cucurrucucú, paloma

Para los paisanos que nos visitaban desde el pueblo dos eran los lugares imprescindibles a los que acompañarlos: el "parque de las fieras" y las palomas de la Plaza de Catalunya. Aun no nos habíamos Gaudízado, Picassado, cosmopolitizado en general...

Esos pequeños animalitos que ahora se califican de inmundos, de ratas con alas, etc. representaban un símbolo de nuestro nuevo estatus de gente urbana. El momento en que nos veíamos rodeados de grupos inmensos de palomas, que se nos posaban en las manos y, horror de los horrores, en la cabeza, había que inmortalizarlo.

Aquí tenemos una escena que capta el momento: mi madre (fuera de encuadre: para las nuevas generaciones habrá que recordar que el visor y el objetivo de una cámara encuadraban de manera diferente por lo cual era fácil el conseguir mitades de gente, cabezas cortadas, etc. Ya aportaré más documentos gráficos en próximas entradas.), mi tío político Nazario -que murió hace poco con más de 90 años-, a la izquierda mi  prima Mari Carmen, su hija, y entre ambos una pareja de recién casados venidos del pueblo. La niña con abriguito de piqué e indescriptible peinado soy yo, efectivamente.

Hay que explicar que los viajes de novios de la época -al menos los de las parejas de mi pueblo- no se habían cancunizado, puntacanado ni siquiera mallorquizado ni canarizado y pasaban por la visita a familiares y paisanos de, preferentemente, Madrid o Barcelona (opciones menores si no se contaba con nadie en estas dos grandes ciudades eran Avilés, Andorra o Málaga). Durante la estancia se hacía un circuito guiado de visitas a exvecinos, expaisanos, extodo y la familia cercana les acompañaba a los lugares emblemáticos que, en nuestro caso, eran los ya citados.

Repasando los recuerdos que nos brotan cuando miramos una fotografía hago un inciso para hablar de la señora que vendía las berzas para las palomas. No logro recordar cómo era pero desde que ví Mary Poppins me quedó en la memoria su imagen y así es como era, y punto. La memoria es capaz de rellenar los huecos a voluntad.

Tras estas terribles experiencias con las palomas, repetidas hasta la saciedad, es comprensible que, cuando llegaron mis hijos, los mantuviera prudentemente alejados de ellas. Pues no, os equivocais: allá estuvieron, rodeados de palomas, a sus pies, en sus manos y en sus cabezas y, para colmo, sin la excusa de los paisanos. ¡Qué patético es a veces sobrevalorar la infancia!

(Imagen: fotografía familiar. Años 60)

3 comentarios:

  1. Plaza Cataluña, el Parque de las Fieras y, si había más días de margen, Rambla de las Flores, Plaza Real y un paseo en las Golondrinas.
    Había que ejercer de buenos anfitriones.
    Un beso.

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  2. ¡Nosotros a las golondrinas no íbamos que mi madre se mareaba!
    Besos

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  3. ¡ Y pensar que eso era un lujo! Qué tiempos Ana, qué tiempos. Bsts.

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