Esta foto, aunque no lo parezca, es de un viaje de novios.
Mis padres se casaron un día como hoy, 30 de abril, de 1960 y emprendieron un viaje en tren a Málaga y después a Granada para acabar en Fontilles, en Alicante, donde la tía de mi madre -que ya no era Dolores sino sor Eduvigis- estaba de religiosa.
El periplo empieza con toda la familia acompañándoles a la estación de tren de Antequera -adonde mi madre llegó, por supuesto, mareadísima como era su costumbre-.
Ir a Málaga era la primera etapa imprescindible para ver a tíos y primos.
La segunda etapa, Granada, también era una parada usual -el sitio donde el novio había hecho la mili para mostrarle a la asombrada novia, que había salido poco del pueblo, lugares interesantes.
La tercera etapa ya es más original: una leprosería, Fontilles.
Allí se alojaron en un pabellón de visitantes y pasaron unos días con la tía y la congregación de religiosas que se dedicaban al cuidado de los enfermos. Es curioso como en una época en la que las informaciones médicas eran prácticamente nulas vivieron con naturalidad el trato con enfermos (porque trataron con ellos y los vieron aunque su alojamiento fuera diferente) que tenían un estigma importante y cuyo mal, la lepra, se consideraba muy contagioso.
Pero comentemos el aspecto de mis padres, que me encanta y dice mucho de lo que ellos esperaban de la vida.
Mi madre está estilosa, como lo fue casi hasta su muerte, con su permanente (que decidió hacerse unos días antes de la boda sin saber cómo le quedaría), sus zapatos, abrigo y complementos de moda. Mi padre, con la chulería de sus 33 años: gafas de sol y pitillo encendido. El futuro se presentaba prometedor, iban a comerse el mundo y a vivir lo que la vida les deparara con alegría.
A pesar de su ser una foto, creo yo, fantástica, me da mucha pena porque fotografías como ésta son la prueba terrible de lo que la vida y el tiempo hacen con la gente. Lo de menos son las arrugas, las canas, lo que se cae y lo que se pierde. Lo que importa es que el ímpetu de comerse el mundo se apaga y el mundo acaba comiéndote.
Cuando escribo estas líneas mi madre lleva doce años muerta y mi padre, estiloso y cuidando de su imagen, eso sí, es la sombra de lo que fue.
Para ellos, en la presencia y en la ausencia, mi cariño. Ojalá yo haya sido una de las buenas cosas que les deparó la vida.
(Imagen: fotografía familiar. Mayo de 1960)
Puedes estar convencida de que tú como persona, como niña, como mujer y por supuesto como hija fue lo mejor que les pasó. Éso no lo dudes ni un momento.
ResponderEliminarTu cariño llega, sin duda, a donde tú quieras que llegue.
Un beso.
Pues espero que sí porque si me lo cuestiono en la otra dirección, hacia los descendientes, me puedo hundir en la miseria.
ResponderEliminarBesos.
No tienes que cusetionarte nada. La mejor madre (bueno, una de las mejores que yo también me subo al carro), incomprendida como todas la madres, pero la mejor que tienen. Y ellos, un legado precioso. Nietos y fruto de ese enlace del 30 de abril del 60.
ResponderEliminarAna, no dudes que desde algún lugar tu madre se sentirá orgullosa de tí. Ese 30 de abril dió un fruto de buena cosecha. Acepta la vida, las personas y haz de ellas tu razón de vivir.Bsts.
ResponderEliminarGracias, guapa.
EliminarSeguro que sí. Una vez, a punto de morirse, mi padre me dijo que qué suerte había tenido conmigo. Yo no estoy tan seguro pero por lo menos tengo la tranquilidad de que él sí lo creyó así.
ResponderEliminarEs curioso lo del viaje a la leprosería, también lo de "estilosa" que pensé que sólo se decía en Valverde, un pueblo de mi provincia.
Me gustan estos viajes al pasado, con la perspectiva del presente.
Un abrazo.
Gracias, Walden.
EliminarCreo que estos viajes me están haciendo bien y compartirlos es un placer.
Lo de la leprosería lo hablé muchas veces con mi madre y ella no le daba importancia. Yo, conociéndola a ella y a su época, nunca he salido de mi asombro.
Besos.
Ana