viernes, 25 de abril de 2014

Con palabras prestadas

"Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento..."

He tomado palabras prestadas porque nadie mejor que Ángel González supo decir lo que yo quiero decir desde hace tanto y no sé cómo.

Quiero decir que soy la que soy porque otros tomaron un camino, escribieron una historia, escogieron una alternativa. Porque otros muchos antes que yo dijeron no, o dijeron sí, o aplazaron algo, o acometieron algo sin miedo y sin angustia o con miedo y angustia o a pesar del miedo y de la angustia.

Quiero decir que la que yo soy en este momento, y la que seré cuando falte a través de mis hijos, es así porque otros muchos acertaron o se equivocaron o escogieron caminos trillados o caminos ignotos. Que unos hombres y mujeres a cuya sangre pertenezco y cuyos rasgos seguramente me acompañan se levantaron con el ánimo dispuesto para hacer o renunciar a algo. Que un gesto o una palabra cambió un destino y lo convirtió, con el tiempo, en mi ser: en mi cuerpo y en mi alma.

Quiero decir y no sé cómo que pertenezco a una larga cadena de morenos y rubios, de bajitos y altos, de generosos y mezquinos, de cansados y entusiastas que han hecho que yo sea quien soy y como soy. 

Que Ana Mª Ruano Benítez se levante cada mañana y se mire al espejo y se reconozca en esa persona y no en otra depende de minucias, de grandes decisiones y de ínfimas renuncias. 

Que harían falta muchas vidas para reconocer a los míos si pudiera juntarlos a mi lado. Que el más lejano de mis antepasados es mío, le pertenezco y soy suya al mismo tiempo.

Que quisiera, como tantas religiones prometieron, asomarme un día a un espacio ignorado y sentir que me uno a todo aquello de lo que vengo. Que soy una con quien me precede y con quien me sigue. Que soy, por fin y para siempre, pasado, presente y futuro infnito.

Imagen: fotografía familiar. Años 60.

miércoles, 16 de abril de 2014

Abril florecía...

Ayer abril florecía. El aire empapado de lluvia de la mañana había dejado paso al olor de la primavera. Al salir a la calle la tarde tibia nos había ensanchado el corazón. Las tristezas del invierno parecían menores; la vida dando, como siempre, nuevas oportunidades.

Y hoy... abril hecho febrero, el crudo invierno rompiéndonos por dentro, el estupor que la muerte, sobrevolando de nuevo nuestras vidas, nos provoca al recordarnos lo frágiles que somos. Lo poco que podemos retener a los seres queridos. Lo poco que somos. Lo poco...

Nicolás se ha ido de nuestro lado. Nos queda su sonrisa, su calma, su ternura. Nos quedan los recuerdos compartidos. Nos queda el cariño que nos brindó y el que nosotros le ofrecimos. Nos queda el dolor de su hueco. Nos queda tanto y tan poco al mismo tiempo que muchas serán las lágrimas derramadas antes de que el corazón encuentre algún consuelo.

Descansará en su tierra, con su gente. A su lado y por siempre pasarán los azahares, pasarán las heladas, pasará el viento y traerá olor a río, olor a huerta, olor a la vida que gozó y que quiso. Descansará dondequiera que vayan los espíritus nobles, dondequiera que vaya la buena gente, dondequiera que nos esperen aquellos que nos faltan.

Me rodea con su brazo en esta foto de hace ya tanto tiempo... Mi primo querido; sonriendo, feliz, joven, seguro, confiado, comiéndose el mundo, bebiéndose la vida, diciendo yo seré, yo haré, anhelándolo todo, compartiendo la luz. Mi primo querido.

Descansará en paz.Y mientras, aquí, abril hecho febrero.

Imagen: fotografía familiar. Susqueda. Verano de 1966.

lunes, 17 de febrero de 2014

Sorpresas te da la vida...

...ay, ay.

Así dice la canción de Rubén Blades.
Y bien cierto es.

Paseándome por Internet me encontré con mi blog FUSILADO, literalmente. Otra cabecera, un ligero retoque en el título y todas, todas mis entradas atribuidas a una tal (¿o un tal?) Yang Jamila que se permite, incluso, poner copyright al final de la página.

La sensación ha sido de violar mi intimidad, de robo, de escarnio, de sentir que alguien entra en mi historia, no para vivirla conmigo y compartirla, sino para saquearla y contaminarla con la mezquindad del que no puede -o no sabe- escribir por su cuenta.

Por eso, a partir de ahora, solo encontraréis este blog los que hayáis sido invitados a él. Si conocéis a quien le pueda interesar solo tenéis que decírmelo y le mandaré una invitación.

Gracias a todos.

No dejéis de echar un vistazo a USURPADOR. Si no, no se puede creer:


jueves, 16 de enero de 2014

Decir adiós

Una vida aparece en un instante: un milagro no menos sorprendente por más repetido. El llanto de un niño que viene al mundo y al que nadie sabe lo que le espera. Trece de febrero de 1934.

Desde el futuro leemos su pasado. Será calmado, tranquilo, cariñoso, seguirá el oficio de su padre, hará la mili en Zaragoza, se casará con 35 años, no tendrá hijos, vivirá lejos de su pueblo, verá morir a todos sus hermanos, tendrá sobrinos de sangre y otros que, sin serlo, lo sentirán suyo, se quedará muy joven huérfano de madre, le gustará la playa, escuchará más que hablará, reirá y sufrirá ante los avatares de la vida...
 Pueblerino, antiguo, con el luto reciente en la manga, descorbatado...

 Mundano, moderno, fumador, sonriendo distendido ante la cámara, con "el Metro", con Juan "Aroca"... 
 Sosteniendo en brazos a una sobrina, niñero como pocos. Con Antonio "el Caerito", con "Chaparro", con Juanito... Qué bien haber salido del pueblo, estar en la capital sin perder las raíces. Poder hacer lo mismo que hacíamos pero con dinero en el bolsillo. Haber dejado atrás el pelo de la dehesa, ser un señor...

Y casarse. Con ilusión. Con ganas de ser feliz. Entrar en otra familia como si fuera la suya. Hacer planes. Tener esperanzas. Disfrutar de todo y con todo. Apoyarse en ella hasta el final.


Ser el tito a quien nunca le dije tito. El tebeo de los sábados. Los pellizcos cariñosos en la nariz. Los besos y los abrazos a mis niños. Los paseos infinitos. La paciencia. Acordarse de comprar aquello que más nos gusta. Picar el jamón diminuto. No molestar nunca. No levantar la voz. Sufrir en silencio. Llorar con amargura ante sufrimientos inesperados que enturbian los últimos años. Agradecerlo todo. Hacer favores sin recordarlos. Ser abuelo por merecerlo, sin sangre que obligue. Dar más que recibir.

Y la muerte que llega, también en un instante. Sin anuncio, sin darnos tiempo a despedidas. A decir lo no dicho, a besar lo no besado. 
4 de enero de 2014. Cerrar una vida. Reducirla a nada en una caja azul. Viajar por última vez a la tierra de donde nadie ha vuelto. Llevarse recuerdos y trozos de nuestra vida que ya nunca podrán recuperarse.

Decir adiós. Y llorar para aliviar el daño.
Francisco Cortés Repiso. El tito a quien nunca olvidaremos. 

Imágenes: fotografías familiares años 50, 60, 70, 80, 90, siglo XXI...

lunes, 23 de diciembre de 2013

La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va...

"Dime, Niño, de quién eres 
todo vestido de blanco. 
Soy de la Virgen María 
y del Espíritu Santo. 


Resuenen con alegría 
los cánticos de mi tierra 
y viva el Niño de Dios 
que ha nacido en Nochebuena. 

La Nochebuena se viene,

la Nochebuena se va. 
Y nosotros nos iremos, 
y no volveremos más. 

Dime Niño de quién eres

y si te llamas Jesús. 
Soy de amor en el pesebre 
y sufrimiento en la Cruz. 

Resuenen con alegría

los cánticos de mi tierra 
y viva el Niño de Dios 
que ha nacido en Nochebuena."

Poníamos boca abajo el cajón en el que nos había llegado la matanza del pueblo y lo arrimábamos a la pared. Colocábamos con chinchetas en la pared un papel azul oscuro con estrellas, una de ellas con cola brillante.
Echábamos viruta marrón, viruta verde... Poníamos un río y un laguito con papel de plata. En un esquina, el pesebre con la mula, el buey, San José, la Virgen y el Niño. En lo alto, un ángel. 
Mi padre le había hecho un agujero al portal de corcho y allí se escondía una bombillita roja de una plancha de juguete que yo había tenido. 
Había un pozo, los tres Reyes -que avanzaban cada día un poquito-, los pajes, pastores, ovejas, lavanderas, leñadores, patos, gallinas, alguna figurita irreverente...
Tapábamos el cajón con más papel brillante y algo de espumillón.

Cada día, cuando mi madre hacia un alto en el trabajo diario -el de casa y el que hacía para la calle- cogíamos la pandereta, el almirez, la botella de anís... Apagábamos la luz y encendíamos la bombilla roja del portal. 
Y cantábamos. Mi madre y yo. A cual con peor voz y peor oído. Pero con entusiasmo. 
Yo me sabía todas los villancicos: el labrador que ayudaba a huir al niño Jesús y recibía en pago una cosecha adelantada; el ciego que le regalaba naranjas y recobraba la vista; la vieja que venía con el "aguilando"; la burra que iba cargada con chocolate (?); los peces que no paraban de beber en el río; los campanilleros; el que animaba a los pastores a ir a Belén; el que arreaba al borriquillo; las campanas sobre campanas; los cuatrocientos que llegaban a la puerta y querían cuatrocientas sillas; el chiquirritín que estaba metido entre pajas; la alegría y el placer que daba que ese día iba a nacer el Niño; el que daba cobijo al Niño más hermoso que el sol bello; la cansina de la Marimorena y, cómo no, el que preguntaba al Niño de quién era.

Recuerdo haber sentido esas tardes, en la penumbra rojiza de la habitación, una felicidad tan completa como pocas veces he vuelto a tener. Todo era casi perfecto: mi madre para mí sola; la alegría de las vacaciones; los Reyes, cada vez más cerca en una época en la que los niños nunca teníamos regalos porque sí. Solo hubiera faltado estar en el pueblo pero eso era algo a lo que yo ya me había acostumbrado.

Y sin embargo, en aquella perfección de la niñez había un villancico que me inquietaba, que me dejaba una pelllizquito de congoja en el corazón: "La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más". 
"Mamá, ¿eso es que nos vamos a morir?". "Sí, pero eso será dentro de muchos, muchos años". Y nos arrancábamos con otra canción y la sombra se disolvía como por encanto.

Y las Nochebuenas se vinieron, y se fueron... Se llevaron lo que queríamos, a quienes queríamos.
Dejaron en su lugar compras atareadas, reuniones no siempre deseadas y muchos, muchos huecos. En las sillas y en el corazón.

Y nosotros nos iremos y no volveremos más.

Imagen: fotografía familiar. Años 60.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Mamá Ton

Esta mujer de mirada adusta y ceño fruncido que está arreglando flores en un patio -aunque la escena haya desaparecido del encuadre- es mi abuela materna, Concepción Ariza Ariza.

Era costumbre en el pueblo que se llamara a los abuelos mamá o papá Tal y no abuelos. Al poco tiempo de nacer yo que, con media lengua decía Ton en vez de Concepción, mamá Ton empezó a ser para toda la familia.

Mi abuela vestía de luto y con moño bajo como era preceptivo en la época.
Los primeros lutos se aliviaban y se quitaban pero cuando se llegaba a una cierta edad -cuando la muerte empieza a formar parte de tu entorno- un luto se encadenaba con otro y hacia los cuarenta, todas las mujeres honradas, decentes y biencasadas iban de negro ya para siempre.

El moño era una de las cosas que más me fascinaba de mi abuela. Verla levantarse por la mañana, peinarse el largo pelo y hacerse el "roete" mientras se iba colocando las horquillas que sostenía en la boca era un ritual que me encandilaba.
Como si fuera hoy mismo recuerdo una escena que viví con pocos años. Mi madre comentó que ella sería una abuela moderna y que seguiría vistiendo a la última y con su pelo teñido de rubio platino. Yo me eché a llorar desolada porque no me imaginaba que mis hijos fueran felices sin tener una abuela exactamente como la mía. Y eso incluía luto y moño.

Era para mí una figura especial. Me crió hasta los tres años y nos unía un vínculo que no se ha roto ni casi 39 años después de su muerte. Era muy austera y distante. No la recuerdo haciéndome cariñitos ni mimos pero era la persona a quien más unida me sentía.
Ella explicaba -extrañada y confusa- que quería a la gente pero que era incapaz de mostrarse afectiva o cariñosa y no sabía porqué. Su carácter estaba marcado por una niñez infeliz: la mayor de muchos hermanos, separada de sus padres para ser criada por sus abuelos, vuelta a casa un día, en plena siesta, a los 12 años, por su  cuenta y sin dar nunca explicaciones de porqué. Su abuelo intentó que volviera muchas veces pero ella se negó en redondo sin explicar jamás los motivos a nadie. Siempre decía que su madre no la quería a ella y que eso era por no haberla criado.

Su matrimonio tampoco fue un camino de rosas. Se casó joven, para salir de la casa de sus padres, con quien se consideraba un buen partido -algunas tierrecitas, casa, estanco, dinerito ahorrado...- pero cuando el amor no está por medio el día a día se hace difícil. Con él tuvo muchas discusiones, algunas de ellas provocadas por la defensa a ultranza que hacía de su familia de origen -tuvieran razón o no- que también malmetían. Convivencia difícil y en una época en que era hasta que la muerte te separe.

Dos hijos muertos con quince días de diferencia. Un hijo a punto de morir. Penurias, penalidades. Duelos y quebrantos de posguerra. Tragedias familiares.

La recuerdo haciéndome la trenza en el tren camino del pueblo. La recuerdo llevándome al "médico gordo", a Cabra, a Lucena... peregrinando según indicaciones de mi madre a todos los que me prometieran apetito.
Llamándome desde la puerta de la casa: "Anamariiiiiiiiii" para comer o cenar. La veo llegar al piso, casi un año después de habernos separado y me veo a mí misma abrazándome a ella con fervor.

Recuerdo el dolor y la impotencia de su muerte repentina. El viaje para despedirme de ella. Lo fría que estaba su cara en el último adiós. Las lágrimas derramadas. El oscuro descubrimiento de que aquellos a quienes queremos se nos irán quedando atrás por el camino.

Hoy celebraba su santo.

Añoro la fe que tuve solo porque me prometía reencontrarme con ella.

Imagen: fotografía familiar. Años 70.

viernes, 22 de noviembre de 2013

El chacho cura

En julio de 1936 se inició en este país lo que sería una larga guerra civil de casi tres años. El detonante fue el alzamiento de una parte del ejército contra el gobierno de la República legítimamente constituido por la decisión de las urnas.

En la campiña cordobesa, en el valle del Guadajoz, se hallaba -y se halla- el pueblo de Castro del Río. Si leemos algo sobre su historia veremos que fue un bastión libertario en el siglo XIX  -incluso se celebraron allí varios congresos anarcosindicalistas en la segunda década del XX- y lo seguía siendo en ese verano del 36 en que ocurrió esta historia familiar de triste final.

En la primavera los terratenientes habían tenido duros enfrentamientos con los campesinos y el ambiente estaba lleno de olor a violencia.
La derecha rentista, señorita y privilegiada andaluza, altiva y segura de lo que era suyo y los campesinos que nada tenían que perder eran dos grupos destinados al enfrentamiento en un tiempo convulso donde el diálogo ya tenía cerradas las puertas.

Y estalló el conflicto. La capital, Córdoba, se sumó al bando rebelde. En Castro del Río, con esa fuerza obrera que arrastraba desde el siglo XIX, la sublevación de la derecha y la guardia civil se produjo en las primeras horas del domingo 19 de julio. Desde fuera quisieron llegar a socorrer a la guarnición de Castro pero no lo consiguieron. El día 21 llegó al pueblo un camión de mineros desde Linares y ese fue el punto final de la sublevación en el pueblo y el inicio de la revolución anarcosindicalista.
Los campesinos de la CNT y la FAI serían los protagonistas. En medio del júbilo popular se declaró el comunismo libertario (supresión de moneda, incautación del dinero del banco, de las fincas rústicas...) Las iglesias y las imágenes religiosas fueron quemadas.

Y eso no se hace sin víctimas. El "Diario de Operaciones del Ejército del Sur" habló de un total de 70 (6 guardias civiles, gran parte de los propietarios del pueblo y cuatro curas). La iglesia, y los curas y monjas como su representación más cercana al pueblo, concentraba odios y rencores por cuanto solía estar del lado del fuerte y disfrutar en su mayoría de los privilegios de aquel. Los matices, que los había por supuesto, escapaban en un momento de odio, de violencia, de heridas abiertas y de venganzas irracionales.



El 6 de junio de 1907, en Cuevas de San Marcos, había venido al mundo Antonio Benítez Arias en el seno de una familia humilde y trabajadora que poco a poco, como casi todas las de la época, se iba llenando de hijos.
El chico demostró pronto una inteligencia privilegiada y el ansia de la familia era que pudiera estudiar y despegar del campo o de los oficios manuales. No había más camino que el seminario. Y allí fue a donde fue a parar. Estudió en el Seminario de Málaga con notas brillantes. Cada vez más se perfilaba que iba a ser alguien importante. El obispo lo decía, la familia lo decía, los compañeros lo decían... Era humilde, buena persona. Escribía poesías inspiradas por el Dios al que quería consagrarse.


Pero la iglesia encierra, cómo no, mezquindades, envidias y recelos y la historia familiar dice que lo apartaron de lo que podíamos llamar "centros de poder" y una mano negra -aunque lo recordaban con nombre y apellido- lo trasladó, como presbítero, a una parroquia de un pueblecito cordobés... Castro del Río.

Con él marcharon sus padres, Antonio y Adela, y algunas de sus hermanas. El hijo brillante y querido que alegraba la casa. En junio de 1936 cumplió 29 años.

Lo vinieron a buscar una mañana. Nadie recuerda ya si eran o no conocidos. Se fue sin recelo. Nada debía a nadie. Era un radiante día de julio. El verano ya estaba entrado. Las mieses, segadas. Se oían los campanillos de las yuntas volviendo del campo. El aire andaluz ya se estaba espesando con el olor a sangre. Le dijeron a su madre que no se preocupara . Le dijeron que podía llevarle lo que quisiera. Era el 20 de julio de 1936.

Su padre se acercó al día siguiente. Le llevaba algo de ropa, jabón, cigarros, los abrazos de la madre y las hermanas. Le dijeron que se volviera a su casa; que su hijo ya no necesitaba nada.

Lo mataron el día 21 en un paraje conocido como "Puente Nuevo" según las pocas indagaciones que yo he podido hacer. No les entregaron su cadáver. Lo enterraron en una fosa común. El Ayuntamiento tiene hoy en día un monolito para recordar los que allí quedaron, unidos para siempre. Supongo, porque no la he visto personalmente, que estarán los de izquierdas y los de derechas; los que murieron por un objetivo claro y los que murieron sin saber porqué.


En la mezquita de Córdoba aparece en una placa de "sacerdotes que dieron su vida por Cristo". Él no dio la vida por nadie. Se la quitaron porque estaba en el momento equivocado y en el peor lugar. Porque su sotana representaba a la injusticia centenaria y en la injusticia que con él cometieron creyeron ajustar las cuentas..


Está en una lista de beatificación con el expediente nº 13.
Está en una fosa común como tantos otros.
Tiene una calle en su pueblo natal.
Su madre perdió la cabeza.
Era mi tío abuelo.

Imágenes: las cuatro primeras son fotografías familiares de los años 20 y 30; la penúltima pertenece a la web del mapa de fosas de la Junta de Andalucía y la última está facilitada por Patricio Hidalgo Luque.