domingo, 8 de diciembre de 2013

Mamá Ton

Esta mujer de mirada adusta y ceño fruncido que está arreglando flores en un patio -aunque la escena haya desaparecido del encuadre- es mi abuela materna, Concepción Ariza Ariza.

Era costumbre en el pueblo que se llamara a los abuelos mamá o papá Tal y no abuelos. Al poco tiempo de nacer yo que, con media lengua decía Ton en vez de Concepción, mamá Ton empezó a ser para toda la familia.

Mi abuela vestía de luto y con moño bajo como era preceptivo en la época.
Los primeros lutos se aliviaban y se quitaban pero cuando se llegaba a una cierta edad -cuando la muerte empieza a formar parte de tu entorno- un luto se encadenaba con otro y hacia los cuarenta, todas las mujeres honradas, decentes y biencasadas iban de negro ya para siempre.

El moño era una de las cosas que más me fascinaba de mi abuela. Verla levantarse por la mañana, peinarse el largo pelo y hacerse el "roete" mientras se iba colocando las horquillas que sostenía en la boca era un ritual que me encandilaba.
Como si fuera hoy mismo recuerdo una escena que viví con pocos años. Mi madre comentó que ella sería una abuela moderna y que seguiría vistiendo a la última y con su pelo teñido de rubio platino. Yo me eché a llorar desolada porque no me imaginaba que mis hijos fueran felices sin tener una abuela exactamente como la mía. Y eso incluía luto y moño.

Era para mí una figura especial. Me crió hasta los tres años y nos unía un vínculo que no se ha roto ni casi 39 años después de su muerte. Era muy austera y distante. No la recuerdo haciéndome cariñitos ni mimos pero era la persona a quien más unida me sentía.
Ella explicaba -extrañada y confusa- que quería a la gente pero que era incapaz de mostrarse afectiva o cariñosa y no sabía porqué. Su carácter estaba marcado por una niñez infeliz: la mayor de muchos hermanos, separada de sus padres para ser criada por sus abuelos, vuelta a casa un día, en plena siesta, a los 12 años, por su  cuenta y sin dar nunca explicaciones de porqué. Su abuelo intentó que volviera muchas veces pero ella se negó en redondo sin explicar jamás los motivos a nadie. Siempre decía que su madre no la quería a ella y que eso era por no haberla criado.

Su matrimonio tampoco fue un camino de rosas. Se casó joven, para salir de la casa de sus padres, con quien se consideraba un buen partido -algunas tierrecitas, casa, estanco, dinerito ahorrado...- pero cuando el amor no está por medio el día a día se hace difícil. Con él tuvo muchas discusiones, algunas de ellas provocadas por la defensa a ultranza que hacía de su familia de origen -tuvieran razón o no- que también malmetían. Convivencia difícil y en una época en que era hasta que la muerte te separe.

Dos hijos muertos con quince días de diferencia. Un hijo a punto de morir. Penurias, penalidades. Duelos y quebrantos de posguerra. Tragedias familiares.

La recuerdo haciéndome la trenza en el tren camino del pueblo. La recuerdo llevándome al "médico gordo", a Cabra, a Lucena... peregrinando según indicaciones de mi madre a todos los que me prometieran apetito.
Llamándome desde la puerta de la casa: "Anamariiiiiiiiii" para comer o cenar. La veo llegar al piso, casi un año después de habernos separado y me veo a mí misma abrazándome a ella con fervor.

Recuerdo el dolor y la impotencia de su muerte repentina. El viaje para despedirme de ella. Lo fría que estaba su cara en el último adiós. Las lágrimas derramadas. El oscuro descubrimiento de que aquellos a quienes queremos se nos irán quedando atrás por el camino.

Hoy celebraba su santo.

Añoro la fe que tuve solo porque me prometía reencontrarme con ella.

Imagen: fotografía familiar. Años 70.

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