martes, 15 de mayo de 2012

Al filo de lo imposible


Nosotros nunca tuvimos coche. A mi padre, según él, se le hizo tarde para sacarse el carnet de conducir.
No era algo extraño en aquellos tiempos. De hecho, la gente volvía al pueblo de vacaciones en oleadas de autocares o en los larguísimos trenes (ya hablaré de "el sevillano" en otro momento) que salían de la estación de Francia.

Así pues el hecho de ir a la playa -de la que vivíamos a escasísimos quilómetros- constituía toda una odisea que, aunque parezca increíble, es rigurosamente cierta.

Primero aclarar que aún no existían las playas urbanas a las que ahora se puede acceder en metro y que los autobuses nos quedaban vedados porque mi madre era una especialista en marearse y persistir en el
mareo durante varios días.

El llegar a la playa de Castelldefels y pasar un día relajado -como muestran estas instantáneas de estética "Cuéntame"- requería pasar por una aventura que merecía más alto objetivo. O no, porque llevar a la niña a jugar con la arena bien valía el sufrimiento previo.

Salíamos de casa con los bártulos necesarios: el bolso con la comida, el bolso con las toallas y arreos, la bolsa del colchón hinchable y la sombrilla. Llegábamos caminando a la estación de Renfe y cogíamos un primer tren -éste sin problemas- que nos llevaba a la antigua estación de Sants. Y aquí comenzaba lo bueno.
Los andenes eran un hervidero de gente. Cada familia con sus respectivos cargamentos -nosotros no llevábamos abuela y, por lo menos, podíamos prescindir de sillitas-.
Cuando el andén ya estaba a rebosar aparecía un tren como los de largo recorrido -con compartimentos y un pasillo lateral- que ya venía lleno. Quien tenga mi edad, o parecida, sabrá que el acceso era una pequeña puerta en cada uno de los extremos de los vagones y por aquí, era evidente, no se podía entrar.
Así que mi padre, ni corto ni perezoso, impulsaba a mi madre hacia la ¡¡¡VENTANILLA!!! y por allí ella entraba ágilmente ante el disgusto y la incomodidad de los que ya iban aposentados (si aquel día tocaba compartimento en el lado del andén), luego me subía a mí, luego los bártulos y, por último, se encaramaba él, no me preguntéis cómo.
Pero no eramos los únicos, los viajeros previos lo sabían y algunas veces se apresuraban a cerrar las ventanillas con muy poca generosidad y conciencia de clase.

A la vuelta solía resultar más fácil, no he logrado averiguar el porqué, aunque íbamos como sardinas en lata. A veces íbamos andando desde la estación de Sants por estrechas callejas hasta coger el Carrilet y llegar hasta, prácticamente, la puerta de casa. En este trayecto entrábamos en un viejo colmado de barrio y mis padres me compraban un Tang (un sobre de un polvito sabor naranja o sabor limón que se mezclaba con agua) con lo cual el día para una niña como yo quedaba redondo.
Nada sabía yo del estrés que les producía pasar el único día de descanso -los sábados trabajaban también- de esa manera y que le llevó a mi padre a coger una alergia definitiva y total a la playa. Desde que yo crecí creo que no ha vuelto a pisar la arena. No me extraña.

(Imágenes: fotografías familiares. Años 60)

4 comentarios:

  1. Pues yo también pertenezco a la misma época y, aunque no me metieron nunca por la ventanilla del tren (o por lo menos yo no lo recuerdo), sí vi cómo se metían las maletas y "los bultos" que iba recogiendo quien previamente ya había accedido al habitáculo. En las largas distancias, por la misma ventanilla, se colgaba el botijo para beber AGUA FRESQUITA!!!
    Y, para ir a la playa (también viviendo como tú a pocos quilómetros de ella) como cada cual se las ingeniaba a su modo y mis padres tampoco compraron nunca coche en mi caso se cogía el Carrilet hasta Sant Boi (entonces San Baudilio) y allí, en la misma estación, un autocar que llegaba a Castelldefels y que iba menos abarrotado que "los verdes" que salían de Hospitalet. Eso sí, yo me apuntaba a un bombardeo y me iba con todo familiar, vecino o amigo que me lo propusiera. Porque, en mi casa, a la única que le gustaba la playa era a mí. Siempre había alguna alma caritativa que se acordaba de mí. ¡Qué recuerdos!

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  2. Me alegra provocar recuerdos y que éstos sean tan parecidos. Un beso.

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  3. Los otros días vi a tres chicos que iban por el centro cargados con una nevera muy pesada que portaban entre dos de ellos, mientras la tercera llevaba la sombrilla y otra bolsa. Daba un poco de pena verlos sabiendo lo lejos que quedaba la estación de autobuses e imaginándose, además, lo que le faltaría luego, una vez llegaran a su destino, para llegar a la playa. La pena venía en parte derivada por el recuerdo de situaciones similares, en las que una vez llegábamos a la ciudad en la que se encontraba la playa -mis padres arrendaban un coche, porque mi madre se mareaba en el autobús-, teníamos que ir con todos los bultos bajo el calor sofocante y...¡sin sombrilla!, que fue un invento más reciente.

    No hay foto o recuerdo que pongas que no haga saltar el resorte del tiempo.

    Un beso.

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  4. Me encanta ver una foto y que acudan tantos recuerdos que, a veces, ni sabía que tenía.
    Hoy han venido mis tíos a traerme álbumes y hemos disfrutado del pasado y de anécdotas casi olvidadas.
    Y me encanta también evocar recuerdos en otras personas.
    Un abrazo.

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