De bares y de tertulias. Antes, sólo de hombres. Ahora, de hombres y mujeres por igual.
Pero esta entrada quiero dedicarla a aquellos bares de pueblo que eran el centro de la vida. Bares donde se hablaba del bien y del mal. Bares en los que se "cortaban trajes". Bares en los que, en épocas en que se podía, se hablaba de política y en épocas en que no, se hablaba de fútbol o de toros o del tiempo o de que la vida ya no era lo que fue..
Bares a los que los niños iban de la mano de sus padres y aprendían a tomar los primeros traguitos. Un rito iniciático que les preparaba para el adulto en el que se transformaban, quisieran o no, en cuanto les despuntaba el bigote.
La adolescencia, aunque ahora parezca increíble, era un concepto desconocido. Como mucho, la edad del pavo en la que uno podía ganarse algún pescozón y, de un empujón, a la vida adulta.
En esta primera foto vemos el bar de Faustino, con todos los parroquianos enfrascados en el juego: cartas, dominó... Más de un patrimonio se perdió en los tapetes.
En torno a un velador. La calle empedrada. Al fondo siempre algunos chicos que ansiaban estar pronto en el lugar de los mayores. Se podía haber venido del campo, de la era, de la carpintería... pero al bar se iba mudado: con traje, camisa blanca; si podía ser con corbata. El aspecto era el carácter.
Al bar se llamaba para preguntar por algún parroquiano. Se le llamaba a gritos: en su casa lo requerían.
Al bar se iba a buscar a padres alcohólicos o ludópatas (palabras que no se conocían, por supuesto). El hijo, la mujer, el padre, ayudados por algún parroquiano o camarero, lo arrastraba a la casa como podía.
La terraza en la calle del bar El Estrecho.
El Estrecho es un clásico. Existía hace décadas y ahí está, resistiendo. El nombre viene del local interior, que era, y es, muy pequeño.
Yo iba muy temprano, sobre las seis, cuando íbamos a viajar en el autobús a Málaga. Yo, tiritando -aunque fuera agosto las madrugadas son traidoras- y con dolor de estómago, miraba asombrada los pelotazos (Anís Machaquito, Anís Comandante Franco, palomitas, sol y sombra...) que se atizaban los viajeros y los madrugadores. Según ellos para "matar el gusanillo".
En el verano era el centro de la vida social. A lado y lado de la calle se extendían los veladores llenos de hombres jóvenes y viejos dedicados, en gran parte, a la evaluación femenina. Peligro, peligro.
Cuando los emigrantes llegaron a la ciudad se trajeron con ellos costumbres y maneras de vivir. Exactamente como ahora. Entre ellas la vida en los bares: las tertulias, las reuniones de amigos, la charla después del trabajo, el "pardeo" (aperitivo) del domingo... Pubilla Cases, La Florida... barrios que se convirtieron en una réplica de la vida del pueblo.
Y más jóvenes en sus redes sociales, en sus bares, en torno al velador y la botella de vino o aguardiente. La tapa -tomate, morcilla, "ternera" (así llaman a la tapa de cabra en El Estrecho), choricitos... Sin deconstrucciones, sin espumas, sin emulsiones... La tapa para pasar el pelotazo. El pelotazo para soltar la lengua. La lengua para contar y sentirse vivos.
(Imágenes: fotografías familiares de los años 40, 50 y 60; fotografías publicadas en el libro "Memoria sin sombra" de José Terrón Arjona, 2012)
¡Jefe!, y el camarero acudía raudo.
ResponderEliminarEn la edad de mi pavo, a mí me gustaba jugar a esas máquinas que ahora se llama pinball. ¡Qué sexys los chicos cuando intentaban no colar la bola a fuerza de achuchar a la máquina!
¿Y las máquinas de discos? En el Volga había una. El spotify (¿se escribe así?) de la prehistoria.
EliminarEstupenda reconstrucción. Aquí apenas tengo recuerdos, sólo de un par de bares del pueblo de mis padres en los que me encontraba con mis tíos (a dos de ellos nunca llegué a verlos en sus casas), sólo ahí me vienen esas imágenes fugaces del ambiente que reflejas tan bien.
ResponderEliminarun beso.
Sí, la historia que yo tengo de los bares es larga. Hay muchas más, ya iré contando.
EliminarPor cierto, ¡qué alegría encontrarte de nuevo! Voy corriendo a ver si has actualizado tu blog.
Un beso.