Se meten ocho, diez o más en una casa. Pisos patera.
Se llaman unos a otros y las familias se van reuniendo.
Siguen teniendo niños aunque hayan llegado aquí a ganarse la vida.
Cantan sus canciones.
Comen sus comidas y el olor llena las escaleras de los edificios.
Hablan en su idioma.
Visten a su manera.
Nos enredan con su acento.
Nos marean con sus costumbres.
¡Qué asco de inmigrantes que llenan nuestra tierra y nos quitan lo que es nuestro!
Pongamos la radio o la televisión en según qué emisora. Oigamos a según qué políticos. Peguemos la oreja en la cola del supermercado.
Esos son los comentarios más comunes.
Los dichosos inmigrantes que vienen y tienen esas conductas y esos comportamientos. Que nos rodean y nos ahogan. Que dan miedo.
No. No solo ellos.
Lo dicen los que vinieron en oleadas en los años 60. Los que llenaron las barracas de Montjuic y de tantos otros sitios. Los que huían de la guardia civil para que no los devolvieran a su tierra. Los que dejaron atrás pueblos y familias para ver el futuro menos negro. Los que se apiñaban en pisos pequeños y oscuros. Los que trajeron sus costumbres y su idioma. Los que cantaban sus canciones. Los que guisaban sus comidas. Los que hablaban su idioma. Los que vestían a su manera. Los que empezaron a llenar las ciudades dormitorio. Los que construyeron este país y lo hicieron lo que hoy es.

No lo soporto.
De mi pasado vengo y no lo olvido.
No lo olvidemos.
Imágenes: María "la Poza", vecina de toda la vida, en el terrado de mi casa -ya conocido en este blog-, con parte de su numerosa familia (años 60). María "la Poza", conmigo en su casa de Bellvitge, el verano pasado. Una visita pospuesta largamente y por fin hecha. La última imagen corresponde a la construcción del barrio de Bellvitge, aluvión de inmigrantes, años 60-70.
No lo debemos olvidar.
ResponderEliminarA colación, una anécdota verídica, que no chiste:
La otra tarde, en mi barrio sucedió un altercado y rondaban los mozos de escuadra por aquí. En estas, que el ciudadano chino que regenta su tienda, contemplando lo sucedido desde la puerta de su comercio le dice a un vecino que le pregunta qué ha pasado: ¡ "Estos inmigrantes...!
Buenísima la anécdota. Él se debe creer ya en Chinatown.
EliminarQuizás lo que nos asusta es que, a diferencia de otras décadas, ahora no hay trabajo ni para los que aquí vivimos.
ResponderEliminarQuiero creer que es sólo éso.
Besos.
Sí, hay miedo porque parece que no hay para todos. Es comprensible en ocasiones pero, a veces, hay comentarios que chirrían por venir de quien vienen.
EliminarEn este caso, los que austan son precisamente ésos. Tienes razón.
EliminarUn beso.
Estupenda reflexión. Es justamente así. Mi familia, en buena parte, ha sido emigrante. Desde mis tíos hasta mi padre (en Navarra), con esas maletas de cartón en los andenes, la tez negra de los días de trabajo al sol,... Me los imaginaba llegando a Alemania, pobres.
ResponderEliminarNosotros. Los otros. Qué discurso más simple y con tanto calado.
Un abrazo querida bloguera. Me ha gustado mucho esa foto tan reciente.
Gracias, Walden.
ResponderEliminarEn la foto soy la de la derecha. ¡Ya me gustaría llegar a la edad de María como ella, con todo lo que esa mujer ha luchado!
Un abrazo.
jajajaja, sí, lo había imaginado. Yo creo que a mi generación le va a costar llegar así. No sé. Ojalá me equivoque.
ResponderEliminarUn beso.
Precisamente con los mismos argumentos que expones en tu reflexión respondía yo a una persona que arremetía contra los emigrantes. Le dije que mis padres emigraron a Madrid desde Ávila y que, por las mismas razones que ella exponía, nosotros también habíamos llegado a quitar el puesto de trabajo a los madrileños. Llegamos con nuestras costumbres, acogiendo en casa a familiares, hermanos, tíos, primos...hasta que encontraban un trabajo. Fuimos extraños para la gente local, pero ella no lo comprendió.
ResponderEliminarMe encantan tus historias y tus reflexiones.
Cierto, Mª Teresa. Somos aquellos que vinimos a trastocar la vida de otros y ahora no nos podemos quejar tanto.
EliminarMe alegra que disfrutes con mis historias. Tenemos, por lo que veo, cosas en común.
Un abrazo.