La calle donde nací. Cantareros, 8. Un nombre sonoro, redondo: cantareros. Los que hacían cántaros. Objeto imprescindible en una sociedad que no tenía agua corriente. Que guisaba, bebía, se lavaba... yendo a buscar el agua al pilar. Una calle pequeñita y llana en un pueblo donde las cuestas lo definían.
La foto es muy antigua, de los años 30, pero hace unas décadas los cambios eran mínimos y las casas seguían iguales generación tras generación. Mi casa estaba a la derecha de la fotografía (no se ve en este encuadre). Al fondo, la ermita y la calle San Cayetano.
Poco viví allí. Muy pronto empecé a pasar el día, y luego la noche, en la casa de mis abuelos.
Miguel Romeu, 39. ¿Quién fue Miguel Romeu? No lo sabe ni San Google, que ya es decir. Trasplantada allí de la noche a la mañana. Desubicada, recelosa. Pero en su puerta, en su azotea, con sus vecinos, viví muchos momentos de alegría en doce felices años infantiles. Frente a ese edificio, mi primera escuela. A dos pasos, el apeadero del
carrilet: el tren pasaba por la superficie y las barreras bajadas no impedían a grandes y chicos cruzar desafiando a los trenes que pitaban con desespero. Cuando llovía, la calle bajaba como un gran río. Nos íbamos a casa de los vecinos, cuyo piso daba a la calle, para ver a la gente tropezarse, caer, mojarse. Diversiones ¿inocentes?
La carretera del Pantano. Paseos arriba y abajo en las noches de agosto. Adolescencia intensa. No necesitábamos móviles. Sabíamos dónde encontrarnos. Llegó a haber dos discotecas y una venta. Los coches, pocos afortunadamente, esquivaban a los paseantes.
San Antonio y San Miguel. En un pañuelo la casa de mis abuelos maternos, de mi abuela materna, de mis tios abuelos, de mi tía bisabuela.... Las noches al fresco, la peana para montarse en los mulos, el tranquillo para sentarse. Encalar las paredes, sacar las sillas de enea y fregarlas a cubetazos, poner el agua al sol para ducharse en el patio...
Ni un coche aparcado, ni una bocina. Cascos de caballerías y cascabeles que anunciaban la llegada de los hombres del campo.
El paseo. Se llenaba cada noche: niños, adolescentes, jóvenes, adultos, abuelos. Arriba y abajo. Comiendo pipas. Ver y ser visto. La feria. La salida de misa. Los corrillos. La caseta municipal.Correr para pillar un banco. Los muchachos que se acercaban descarados. Las carreras alocadas de los más chicos. Las mujeres cogidas del brazo: si se tenía un pretendiente a la vista que no gustaba mucho se le pedía a las amigas un sitio en el medio para que el atrevido no se pudiera arrimar demasiado.
La plaza. Punto de encuentro. Llegada y partida de los autobuses: de Málaga, de Madrid, de Barcelona... Quién llega, quién se va... Durante el día, hombres a la sombra. Al atardecer, veladores de los bares en la calle. La feria en los primeros años. Los músicos en una tarima tocando pasodobles. Turroneros. Ahora es el lugar del mercadillo.
La Plaza de Cataluña: echarle de comer a las palomas, curiosear por los puestos de animales de la Rambla, viajar en el metro...Toda una aventura. Se llevaba a todos los visitantes del pueblo. Era el punto de inicio del recorrido: luego las Ramblas, Colón, el parque de las fieras...
Calles y plazas por donde transita mi memoria. Siempre.
Imágenes: fotografías familiares e imágenes de postales (años 60 y 70)
Bonito reportaje, aunque (hasta donde yo conozco) le falta alguna que otra calle (pudieran ser tres).
ResponderEliminar¿Continuará?
Un beso.
Siempre faltan cosas. Los recuerdos nos asaltan cuando menos lo esperamos.
EliminarBesos.
Buena respuesta.
EliminarLo que tienen las calles en las que has sido feliz es que, cuando vuelves a pasear por ellas (aunque sea cerrando los ojos y "teletransportándote") te contagian felicidad.
ResponderEliminarUn beso
Cada día vivimos más de los recuerdos.
EliminarBesos.