"El Sevillano" fue, durante muchos años, el nombre con el cual se conocía en Cataluña al tren que venía de Andalucía (en Andalucía, con lógica, se le llamaba "El catalán").
Cada verano mis padres y yo o mi abuela y yo hacíamos el viaje hacia el pueblo o desde el pueblo.
Con la nostalgia que da el añorar lo perdido me veo en la obligación de destapar algunos de los mitos y ofrecer algunas de las realidades del tren que nos llevaba al paraíso (o que, ¡ay! nos devolvía a la triste rutina).
1. El guardia civil al que un poste le cortó la cabeza, ¿mito o realidad?
Los niños bajábamos la ventanilla, nos asomábamos.
y los padres echaban mano de la historia. Un guardia civil de los que siempre viajaban en parejas en cada tren se asomó a la ventanilla en el mismo momento en el que un poste de la luz se cruzaba en su camino. Resultado fatal: cabeza del guardia civil que salía volando. Efecto deseado: los niños no volvíamos a sacarla en, por lo menos, un cuarto de hora. Que ocurriera o no realmente no puedo asegurarlo. Démoslo por bueno: algún guardia civil falto de luces siempre habría.
2. En el billete ponía "expreso" pero, en realidad, era el "correo", ¿mito o realidad?
Ahí doy fe: era el correo. Paraba en cada estación, apeadero e, incluso, en medio de la nada. El chirrido prolongado de las ruedas y la consiguiente parada se repetían interminablemente en el calor del sol y el fresco de la noche. Dejaba las sacas y las recogía y si dudaba si era sitio de sacas, paraba también.
Los chascarrillos se sucedían sin fin. El más conocido y que se oía en cada viaje: Una vez, en plena noche, el tren paró en una pequeña estación esperando que le dejaran la saca. Esperó y esperó y, cuando se hizo de día, los viajeros y el pasmado maquinista descubrieron que se había parado al lado de la choza de un melonar. ¡Risas aseguradas!
3. La gallina desplumada, ¿mito o realidad? Esta historia tenía su momento: al cruzar los túneles de Despeñaperros. Una familia vivía en un cortijo cercano a la vía y un día se les escapó una gallina del corral. Se metió en unos de los túneles y pasó el tren: la gallina salió viva y completamente desplumada por el otro lado del túnel. Éste tiene que ser un mito porque en cada viaje siempre viajaba en el compartimento alguno que lo había visto con sus propios ojos. Solía ser el mismo que había visto la cabeza del guardia civil.
4. La máquina del tren la trasladaban -literalmente- de la cabeza a la cola dos veces por viaje, ¿mito o realidad? Bueno, esto no está claro. El tren iba en una dirección, llegaba a Valencia y salía en dirección contraria; llegaba a Alcázar de San Juan y lo mismo. Será un mito si creemos en la versión oficial: desenganchaban la máquina de la cabeza y enganchaban otra diferente en la cola del tren. Pero, ¿cómo hemos de creernos que para eso necesitaban media hora, tres cuartos o hasta una hora que es el tiempo que solíamos estar parados en esas estaciones? Para mí que sólo tenían una locomotora y tenían que llevarla de cabeza a cola y de cola a cabeza. O eso o bien que el maquinista tenía que hacer unos cuántos recados por la ciudad.
5. Las vías que se veían por el agujero del water estaban pintadas, ¿mito o realidad? Realidad, realidad. Vamos a ver: te subías en el tren, ibas al water y veías un hermoso agujero que daba, directamente, a las vías con sus traviesas, sus piedrecillas... Pero al cabo de unas horas aquello estaba atascado. Imposible: ¿cómo se puede atascar un agujero que además se mueve continuamente? La realidad es que no había tal agujero y las vías estaban pintadas en el fondo por un sádico. Si no, no se explica.
6. Había una correspondencia clara billete-asiento, ¿mito o realidad? Mito. Sin duda. Nosotros salíamos del origen, la estación de Francia. Mirábamos nuestro billete y éste correspondía a un coche, un compartimento y un asiento. Pero la cosa se torcía en Tarragona o en Valencia o hasta en Chinchilla... Aparecían otros billetes con los mismos números de coche, compartimento y asiento. El overbooking tercermundista pero sin dejar a nadie en tierra.
7. El Sevillano mantenía un microclima sahariano, ¿mito o realidad? Mito que sólo podían creer aquellos que nunca habían hecho el viaje. Tú ibas tan feliz sudando por cada pelo una gota, pegajosa, sudorosa, apestosa, sin más abrigo que el de un vestidito veraniego o unos pantaloncitos de espuma y llegaba... la noche y llegaba... Chinchilla de Montearagón. Diez grados en plena noche agosteña: aparecían las sabanitas, los mantoncitos de las abuelas y hasta las servilletas. Amplitud térmica digna del Sáhara, eso sí. Pero en el siguiente viaje te olvidabas de Chinchilla.
Y otros muchos más mitos y realidades que comentaré, Dios mediante, otro día.
(Imágenes: fotografías familiares de la visita a un vagón del Sevillano conservado en el Museu d'Història de la Immigració de Catalunya, Sant Andrià del Besòs. Verano de 2009)
Va a ser que en Alcázar de San Juan se paraba tanto rato para que el conductor y los viajeros que las apreciaban, comiéramos tortas de Alcázar que se debían cortar con las navajas de Albacete, por lo visto, y acompañarlas con un buen trago de agua que ya se había cogido en Valencia (nunca supe por qué la gente se bajaba precisamente en Valencia a llenar las cantimploras, botellas o botijos) Por lo mismo que en Alcázar, Albacete o Chinchilla, me temo.
ResponderEliminarHumor aparte, confieso que las imágenes de ver gente tirada en los pasillos durmiento cuando me llevaban a hacer pis (y de paso a obvervar con pavor el GRAN ATASCO) se me quedaron grabadas en la mente y, aun siendo niña, sentía vergüenza ajena del panorama y pensaba en quién tenía la culpa de no saber contar los asientos para asignarles su correspondiente "reserva".
De todos modos, esperaba con anhelo e ilusión el día señalado en el cual un taxi me llevaba a mí, a mi hermana, a mi padre, a mi madre y las maletas/bultos a la Estación de Francia un par de horas antes ("el tren no espera")y, aun a sabiendas del largo trayecto y las largas horas de traqueteo, no cabía de gozo en el cuerpo, ni de alegría.
"¿Hemos pasado Despeñaperros ya?" (medio dormida, con una voz casi de ultratumba y viendo los primeros rayos del sol apuntando). Si la respuesta era afirmativa, el corazón me daba un vuelco y el olor de aquel seco y tórrido aire ya me invitaba al abrazo (en mi caso de abuelos, abuelas, tíos, tías, primos, amigos...) ¡Qué felicidad!
La vuelta, otro tema.
Llegados a Vilanova i la Geltrú, un poco de morriña dee tu casa catalana ya daba, pero sobre todo sentías añoranza de aquellas vacaciones perfectas. Me daban envidia los bañistas que entreveía entre las calas del Garraf (¡con el calor que yo tenía!). También sentía tristeza al observar aquel plomizo cielo barcelonés que año tras año siempre nos recibía y nos regalaba sus cuatro gotas puntuales.
Una vez en casa, mi mayor deseo era volver al cole. El olor de la goma, el lápiz, los colores... me acechaba.
Compendio de emociones.
No ser de aquí, ni ser de allá. ¿De qué lugar?
Hemos pasado ya Despeñaperros era una frase mágica. Llegar a la estación de Santa Elena, la primera de Andalucía, era una emoción indescriptible.
ResponderEliminarTe gustaría ver el vagón donde hice las fotos. ¡Se te remueven tantas cosas! A mí no me importaría volver. Podríamos organizar una visita.
Besos.
Cuando quieras.
ResponderEliminarRecuerdo los cuadritos que había en el compartimento. En blanco y negro, como la vida de aquella época.Y el compartimento grande sobre la puerta, y las mesillas abatibles...
"Santa Elena, Paquita, hija mía, ya estamos en tierras de Jaén". A mi padre se le iluminaba la mirada.
Cuantos recuerdos. Lleváis razón: no sé la de veces que habré escuchado la famosa frase sobre si habíamos pasado ya Despeñaperros, que venía a ser el límite entre casa y el resto del mundo.
ResponderEliminarYo era jugador de ajedrez juvenil, (muy pequeñito) y viajaba mucho a Barcelona porque todos los campeonatos importantes se celebraban allí. Las noches de "El Catalán" eran memorables. A mí no tuvieron que asustarme con las historias de las cabezas cortadas porque viajaba solito, pero escuché una amplia variedad en esos "lujosos" compartimientos.
Un abrazo.
Seguimos compartiendo recuerdos y eso es emocionante.
EliminarEfectivamente, Despeñaperros era la puerta a otro mundo para tantos y tantos que iban y venían.
Un abrazo.