En julio de 1936 se inició en este país lo que sería una larga guerra civil de casi tres años. El detonante fue el alzamiento de una parte del ejército contra el gobierno de la República legítimamente constituido por la decisión de las urnas.
En la campiña cordobesa, en el valle del Guadajoz, se hallaba -y se halla- el pueblo de Castro del Río. Si leemos algo sobre su historia veremos que fue un bastión libertario en el siglo XIX -incluso se celebraron allí varios congresos anarcosindicalistas en la segunda década del XX- y lo seguía siendo en ese verano del 36 en que ocurrió esta historia familiar de triste final.
En la primavera los terratenientes habían tenido duros enfrentamientos con los campesinos y el ambiente estaba lleno de olor a violencia.
La derecha rentista, señorita y privilegiada andaluza, altiva y segura de lo que era suyo y los campesinos que nada tenían que perder eran dos grupos destinados al enfrentamiento en un tiempo convulso donde el diálogo ya tenía cerradas las puertas.
Y estalló el conflicto. La capital, Córdoba, se sumó al bando rebelde. En Castro del Río, con esa fuerza obrera que arrastraba desde el siglo XIX, la sublevación de la derecha y la guardia civil se produjo en las primeras horas del domingo 19 de julio. Desde fuera quisieron llegar a socorrer a la guarnición de Castro pero no lo consiguieron. El día 21 llegó al pueblo un camión de mineros desde Linares y ese fue el punto final de la sublevación en el pueblo y el inicio de la revolución anarcosindicalista.
Los campesinos de la CNT y la FAI serían los protagonistas. En medio del júbilo popular se declaró el comunismo libertario (supresión de moneda, incautación del dinero del banco, de las fincas rústicas...) Las iglesias y las imágenes religiosas fueron quemadas.
Y eso no se hace sin víctimas. El "Diario de Operaciones del Ejército del Sur" habló de un total de 70 (6 guardias civiles, gran parte de los propietarios del pueblo y cuatro curas). La iglesia, y los curas y monjas como su representación más cercana al pueblo, concentraba odios y rencores por cuanto solía estar del lado del fuerte y disfrutar en su mayoría de los privilegios de aquel. Los matices, que los había por supuesto, escapaban en un momento de odio, de violencia, de heridas abiertas y de venganzas irracionales.
El 6 de junio de 1907, en Cuevas de San Marcos, había venido al mundo Antonio Benítez Arias en el seno de una familia humilde y trabajadora que poco a poco, como casi todas las de la época, se iba llenando de hijos.
El chico demostró pronto una inteligencia privilegiada y el ansia de la familia era que pudiera estudiar y despegar del campo o de los oficios manuales. No había más camino que el seminario. Y allí fue a donde fue a parar. Estudió en el Seminario de Málaga con notas brillantes. Cada vez más se perfilaba que iba a ser alguien importante. El obispo lo decía, la familia lo decía, los compañeros lo decían... Era humilde, buena persona. Escribía poesías inspiradas por el Dios al que quería consagrarse.
Pero la iglesia encierra, cómo no, mezquindades, envidias y recelos y la historia familiar dice que lo apartaron de lo que podíamos llamar "centros de poder" y una mano negra -aunque lo recordaban con nombre y apellido- lo trasladó, como presbítero, a una parroquia de un pueblecito cordobés... Castro del Río.
Con él marcharon sus padres, Antonio y Adela, y algunas de sus hermanas. El hijo brillante y querido que alegraba la casa. En junio de 1936 cumplió 29 años.
Lo vinieron a buscar una mañana. Nadie recuerda ya si eran o no conocidos. Se fue sin recelo. Nada debía a nadie. Era un radiante día de julio. El verano ya estaba entrado. Las mieses, segadas. Se oían los campanillos de las yuntas volviendo del campo. El aire andaluz ya se estaba espesando con el olor a sangre. Le dijeron a su madre que no se preocupara . Le dijeron que podía llevarle lo que quisiera. Era el 20 de julio de 1936.
Su padre se acercó al día siguiente. Le llevaba algo de ropa, jabón, cigarros, los abrazos de la madre y las hermanas. Le dijeron que se volviera a su casa; que su hijo ya no necesitaba nada.
Lo mataron el día 21 en un paraje conocido como "Puente Nuevo" según las pocas indagaciones que yo he podido hacer. No les entregaron su cadáver. Lo enterraron en una fosa común. El Ayuntamiento tiene hoy en día un monolito para recordar los que allí quedaron, unidos para siempre. Supongo, porque no la he visto personalmente, que estarán los de izquierdas y los de derechas; los que murieron por un objetivo claro y los que murieron sin saber porqué.
En la mezquita de Córdoba aparece en una placa de "sacerdotes que dieron su vida por Cristo". Él no dio la vida por nadie. Se la quitaron porque estaba en el momento equivocado y en el peor lugar. Porque su sotana representaba a la injusticia centenaria y en la injusticia que con él cometieron creyeron ajustar las cuentas..
Está en una lista de beatificación con el expediente nº 13.
Está en una fosa común como tantos otros.
Tiene una calle en su pueblo natal.
Su madre perdió la cabeza.
Era mi tío abuelo.
Imágenes: las cuatro primeras son fotografías familiares de los años 20 y 30; la penúltima pertenece a la web del mapa de fosas de la Junta de Andalucía y la última está facilitada por Patricio Hidalgo Luque.